Terror

Poesía en prosa sobre la historia más terrorífica: la vida real

José F. G. Rodríguez

9/14/20252 min read

De niño era fanático de las historias de terror. Vi tantas películas y leí tantos libros que llegué a creerme capaz de luchar contra cualquier amenaza sobrenatural. Conocía cien formas de matar zombis, toda posible debilidad de los extraterrestres, incluso, más de un rito para espantar a espectros de oscuras dimensiones. Me sentía listo para sobrevivir a cualquier peligro nigromante.

Sin embargo, nada de ello me preparó para la crónica más aterradora y apabullante de todas: la vida real.

No hay fastuosos actos llenos de increíbles males acechándonos, solo la pueril y prosaica existencia.

No somos víctimas de espectros etéreos, sino de un sistema fantasmagórico que nos somete con el único propósito de perpetuarse a sí mismo. ¿Y para qué? Solo para que llegue el día siguiente. Otra jornada; trabajando, rindiendo, cumpliendo, viviendo. Cual hechiceros te adormecen con promesas vacías de superación. Como un espeluznante encantador de serpientes te repiten hasta el cansancio que con esfuerzo puedes salir adelante. Y cuando fracasas, tal como lo haría el villano traidor, te extienden la mano diciéndote que no lo intentaste lo suficiente.

¿De qué me sirve saber cómo acabar con zombis, cuando los zombis somos nosotros? Deambulando por las calles de una laberíntica ciudad, sin rumbo ni propósito claro, sin voluntad, sin meta, sin vida. Apagados.

Cuando nos domine una inteligencia artificial o una raza extraterrestre. ¿De verdad lucharé contra ellos? ¿Defenderé un sistema gobernado por políticos corruptos, empresas explotadoras y autoridades incompetentes? ¡Al diablo con todos ellos! Que nos gobiernen los alienígenas. No será peor que esta perversa sociedad.

Ojalá la vida fuera una historia de terror. Tener un guion estructurado, que me indique qué hacer a cada momento para sobrevivir al mal de turno. Pero no. No hay guion, estructura ni lógica. Solo un sinsentido tras otro empapado de un amargo gusto a injusticia. Somos víctimas, pero de qué. ¿Acaso no es ese el mayor miedo de la humanidad, la incertidumbre? La muerto nos acecha, pero no en forma de virus mortales ni de seres espeluznantes, sino de disparos, atropellos o una simple enfermedad no detectada a tiempo. Y luego…, nada. La vida continúa sin ti, sin conclusiones, sin cierres, sin conversaciones reveladoras ni discursos emotivos. Solo se acaba.

Anhelo un evento catastrófico, un maleficio o un monstruo del cual escapar. Una fuerza mayor que me empujara a luchar por un día más. Aquí no hay grandes conflictos, solo la inercia de seguir viviendo.

No crean que quiero cerrar este capítulo. Hay cosas por las que vivir, como estas palabras que estoy escribiendo, y todas aquellas por escribir. Ese es mi talismán, mi protección contra el gran monstruo que es la tétrica experiencia de la vida real.